Una segunda vez con Francisco

 Me había quedado con las ganas de volver a chuparle la verga a Francisco, y él se había quedado con ganas de que se la vuelva a chupar. Cuando no estaba con él me tocaba pensando en lo que había pasado en mi habitación, y de verdad que tenía ganas de que me vuelva a meter esa pija tan rica adentro.

Le mandé un mensaje avisándole que ya estaba en la puerta de su casa, y a los cinco segundos de habérselo mandado, Fran abrió la puerta.

—Pensaba que ya no ibas a venir —me confesó mientras me hacía pasar.

—Si yo te digo que voy a venir, es porque voy a venir —le respondí algo molesta por poner en duda mi palabra.

—¿Sabés la cantidad de minas que me clavaron con el "sí voy"? —dijo Francisco mientras me rodeaba el cuerpo con los brazos y me atraía hacia él.

—Yo no soy como el resto de esas pendejas —le recordé.

—Ya sé. Por eso me gustás tanto. —no esperó a que responda, simplemente me cerró la boca de un beso apasionado, largo y profundo. A la par que me besaba, sus manos empezaron a acariciarme por encima de la ropa: Me tocó los pechos con insistencia, presionándolos con fuerza por el sostén que los mantenía presos. Me derretía en sus manos, y mi conchita también—. Sacáte la ropa y andá a mi dormitorio.

—¿Dónde es? —le pregunté.

—Por el pasillo, la primera puerta a la izquierda —me indicó—. Ya vengo, voy a buscar los forros de la habitación de mi viejo.

Había llevado preservativos, pero mejor no gastarlos. Así que me fui a la habitación de Fran y ahí me saqué la ropa, quedando sólo en ropa interior. Francisco no demoró nada, entró y se quitó la el uniforme del colegio. Qué buenos abdominales que tenía, la puta madre... Tenía todo marcado y no me resistí a pasarle la lengua por esos cuadraditos tan seductores que lucía. Fran empezó a gemir al sentirme en su piel. Y esa verga rica empezaba a despertarse en el pantalón del uniforme. Le desabroché el cinto y le bajé los pantalones. Ahí estaba su pija, palpitante, dura y venosa, que se movía como invitándome a que me la meta en la boca.

—Chupámela —me pidió mientras me acariciaba la cabeza—. Quiero volver a sentir esa lengua y boca en mi pija.

—¿Tanto te gustó que te la chupe? —le pregunté mientras manipulaba su pija con una mano y lo miraba a los ojos.

—Me encantó.

Como respuesta a eso me la metí entera a la boca mientras Fran dejaba salir un gemido profundo y sonoro.

—Ay, sí... Qué rico, amor —me dijo mientras me acariciaba la cabeza y acompañaba el movimiento de mi cabeza con mis manos—. Sí, así... tragátela toda.

Los sonidos de gemidos y suspiros ahogados eran de los más sugerentes, además de los de succión y ahogamiento. Los hilos de baba caían de mi boca a mis pechos, mi lengua acariciaba el tronco de su pija y mis manos jugaban con sus huevos. Estuve un rato así hasta que Fran me retiró y se quitó el resto de la ropa.

—Me encantaría tenerte así todo el día, pero quiero cogerte —me dijo y empezó a ponerse el preservativo—. Sacáte todo menos la tanga.

Le hice caso y me quité el sostén. Mis pechos adquirieron una forma más natural, Fran se acercó a mi con la verga dura y cubierta por el preservativo, me abrió las piernas y corrió un poco mi tanga para lamer y escupir mi concha.

Luego puso la cabeza de su pija en mi concha y empezó a empujar.

Era tan delicioso sentir cómo me rasgaba al medio... Cómo me partía en dos... Puso mis piernas en sus hombros y empezó a mover las caderas mientras todo en mí rebotaba... Mis pechos se bamboleaban como locos, mis gemidos sonaban por toda la casa, y Fran decía las palabrotas más sucias y calientes que había escuchado.

Agarré uno de mis senos y empecé a chuparme los pezones mientras él me cogía. Eso le gustó, y sin dejar de darme duro, empezó a masturbar mi clítoris.

—Cómo me gusta cogerte... La tenés tan rica... —decía mientras seguía dándome duro.

Me calentaba... Me calentaba mucho hacerlo con alguien más chico que yo, que tranquilamente podría ser mi hermano. De hecho, era el amigo de mi hermano. Siguió cogiéndome hasta que me pidió que me arrodille para darme toda la leche en la boca.

Le hice caso, y un disparo blanco terminó en toda mi cara: mis ojos, mi boca, mis mejillas, todo estaba enlechado.

—Por Dios... Qué putita divina que sos... Me encantaría ver como te coge otro mientras yo me pajeo —confesó.

—Cuando quieras lo hacemos —le dije con una sonrisa llena de lujuria. Francisco se me quedó mirando sin poder creer lo que le había dicho.

—¿De verdad me lo decís? —preguntó—. Por ejemplo, si yo llamo a un amigo ahora para que venga a cogerte, ¿vos no vas a decir nada?

—Hacé la prueba.

Francisco estaba que no entraba en su dicha.

—Ya mismo te lo traigo.

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