Por fin me cogí a mi vecinito - Parte final
El gemido que dejó salir Lautaro cuando lo metí dentro mío fue de lo más delicioso. Empecé a moverme lentamente para poder percibir, milímetro a milímetro, cada parte de esa pija rica que tenía dentro mío.
Los ojos del pendejo se iban para atrás mientras yo seguía moviéndome. Le puse las manos en mis pechos desnudos para que los acaricie, los manoseé como el quisiera... Me cagaba de gusto tenerlo dentro mío, escucharlo resoplar y gruñir con esa voz gruesa tan varonil...
Estaba mojada como hacía mucho tiempo no estaba... Era la primera vez que tenía un pebete de 17 debajo mío, y se sentía tan rico que, en ese momento, así viniera Henry Cavill con la pija dura, no cambiaba esa verga joven y resistente por nada del mundo.
Si yo no estaba moviendo las caderas contra las suyas, Lautaro estaba penetrandome debajo mío, moviéndose frenético, haciendo fuerza con su estómago marcado mientras yo arriba solo podía gemir y gritar de placer.
Lo usé como quise: le chupé los dedos para excitarme, lo besé, lo mordí, lo cogí fuerte y despacio, superficial y profundo.
Después, cuando le mojé hasta los huevos de un chorro de placer, él vino arriba, puso mis piernas en sus hombros y encontró el ángulo perfecto para introducir la cabeza de su verga hasta el cuello de mi útero.
Sentía como golpeaba en mi interior. Jamás había sentido una penetración tan profunda, haciendo que la mente se me ponga en blanco, y nuevamente las neuronas se me desconectaron en un gemido profundo de placer, dejándome temblorosa y jadeante mientras él descargaba todo su ser en mi interior.
Cuando volví en mí, me dí cuenta que tenía las uñas clavadas en la espalda de Lautaro. Esperaba que su mamá no vea eso...
Lautaro me besó en los labios y dejó salir un suspiro de placer.
—Ahora definitivamente voy a poner atención en las clases —susurró—. Todo con tal de volver a cogerte así.
Lau me atrajo hacia él, y mientras mis caderas seguían moviéndose, haciendo que los labios de mi concha golpeen esos huevos dejando salir los sonidos más ricos del mundo, Lautaro me chupaba los pezones como un bebé recién nacido.
—Nunca había chupado unas tetas tan ricas... —gimió, chupando uno de mis pezones y masajeaba la otra teta, haciendo que todo en ella se ponga duro y rojo.
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