Había una vez una joven
En esta ocasión quiero contarles la primera vez que tuve sexo con alguien menor que yo. Fue ya hace muchos años, yo tenía veintitrés años. Estaba cursando tercer año de la facultad y estaba de novia con un muchacho cinco años mayor que yo, pero como siempre en mi vida, y en esta puta suerte que tengo de formalizar con hombres que no me satisfacen sexualmente, mi novio de aquél entonces también me tenía a dos velas en cuanto a la intimidad se refiere.
Todavía vivía con mis padres. Ellos ya podían centrarse en su vida profesional, confiaban en que era una muchacha seria y responsable, y que mi vida se resumía a la universidad y nada más. En parte era cierto, pero lo que no sabían era que aprovechaba los momentos en los que estaba sola en casa para poder coger con mi novio. Cuando él dejó de atenderme como era debido, estuve seis meses en abstinencia y entonces sí me permití engañarlo.
Mi hermano tenía un compañero de artes marciales con el que teníamos buen trato. De tanto verlo nos habíamos hecho amigos, y cada tanto venía a casa a verlo y charlar con él sobre sus problemas con su novia, pero él nunca estaba, pues aprovechaba que no estaban mis padres para irse a callejear por ahí, drogarse y beber. De manera que yo lo recibía.
Francisco en ese momento tenía dieciséis años. pero parecía de veinte. Era un muchacho atlético, alto, de lindas facciones, atractivo, y yo estaba en mis veinte, tenía más ganas de que me la pongan que de estudiar, tenía la casa sola y tenía un cuerpo escultural. Como siempre, Fran había ido a ver a mi hermano, buscando consejo porque se había peleado nuevamente con la novia, pero no estaba. Lo invité a pasar, le preparé un té, hice algo de comer para él y conversamos un rato. Disimulando lo obvio, le dije que si me acompañaba a mi habitación, pues me dolía mucho la espalda de tanto estudiar y que me gustaría recostarme en la cama. Imagino que se pensó que iba a terminar como terminó todo, pero me siguió la corriente y subimos.
Se sentó en el borde de mi cama, evidentemente incómodo, y yo me recosté en las almohadas, muy relajada y conversando con él.
Lo primero que me saqué fueron las zapatillas y las medias, le puse los pies cerca del cuerpo y empecé a acariciarlo pero Francisco no aflojaba. Me acerqué un poco más, aprovechando la generosa delantera que Dios (y los genes de mi familia) me habían dado. Nada. Tuve que ser más activa y me recosté, boca abajo sobre su regazo. El respingo que dio fue algo muy gracioso, sentía como su verga se había puesto dura de un segundo al otro, y que no sabía qué hacer conmigo. Me pidió que levante, porque estaba demasiado cerca de él, a lo que yo le respondí, con toda la inocencia del mundo, que no estaba haciendo nada malo.
—Es que... no quiero mandarme cagadas —me confesó—. Mucho menos con Lucía.
—¿Por qué te mandarías cagadas con ella? —le pregunté. Francisco me miró.
—Porque ella es mi novia, y siento que lo que hiciste es como meterle los cuernos —respondió. No pude evitar reírme.
—¿No se acaban de pelear y te dijo que no te quería ver más? —le pregunté. Él asintió, en silencio.
—Sí.
—Entonces, ya no es tu novia —le dije mientras me sentaba a horcajadas sobre él y me acercaba a su boca—, y vos no harías nada malo si me besas... O me tocás... O me cojés.
No esperé a que me diga que sí o que no. Tomé su cara y lo besé. Le metí la lengua, le mordí los labios, le succioné la boca, tomé una mano y la puse en mi pecho y mientras me movía contra su verga, que empezaba a crecer. Estuvimos así unos minutos hasta que me bajé de él, le abrí los pantalones, se los bajé y le agarré esa verga grande y venosa para llevármela a la boca.
Francisco dejó salir un gemido profundo y varonil, yo ya tenía la concha hecha agua y necesitaba sentirla en mi interior. Me la metí hasta el fondo de la garganta, mientras hacía que el amigo de mi hermano gimiera.
—Qué bien que la chupás, Sophie —me susurró mientras presionaba contra mi cabeza para hacer que vaya más profundo—. Quiero hacerte ahogar con mi leche... Nunca me habían chupado la pija... A mi novia no le gusta eso...
—Es una boluda, entonces —le dije cuando me la saqué de la boca—. Porque no hay nada más rico que chupar una verga como la tuya.
—No quiere ni que tengamos sexo... No quiere hacer nada... Por eso nos peleamos —me confesó.
—¿Hace cuánto que no tenés sexo? —pregunté.
—Hace un año —respondió—. Estoy harto de serle fiel y de hacerme la paja.
—Yo hace seis meses —le conté—. Leonardo no me atiende. Entiendo lo que se siente.
—¿Me podés coger, por favor? —me suplicó—. Cogéme. Dejáme seco...
—¿Tanto lo deseas? —pregunté, saboreando sus palabras.
—Mucho. Y quiero que vos lo hagás. Nunca te lo dije, pero siempre me gustaste y todas las noches te dedico una. En parte también vengo a verte a vos —respondió. Mi ego estaba por las nubes.
—Entonces, acostáte en la cama, y dejáme que te coja.
Fran me hizo caso. Se recostó sobre mi almohada y se acomodó. Me desnudé completamente, pero antes de subirme sobre él me hizo un pedido especial.
—Subìte dándome la espalda —suspiró, sin dejar de pajearse—. Quiero ver cómo mi pija entra en vos.
Me reí, pero le hice caso. Le puse uno de los forros que tenía de los que usaba con Leonardo, me subí sobre él y, poco a poco, empecé a meterme la cabeza de su verga, y luego todo el resto. Francisco dejó salir un gemido muy fuerte, mientras suspiraba, seguramente al ver cómo entraba.
—No me puedo creer que te estoy cogiendo... —dijo mientras separaba mis nalgas para tener una visión más amplia de mi culo, mi concha y su pija—. Me encanta... Me encantás...
La intensidad aumentó. Empecé a moverme más fuerte. Tuve que pedirle que no gima tan fuerte, y yo modular mis gemidos, porque lo último que necesitaba era que mis vecinos le digan a mis viejos lo que hacía cuando ellos no estaban.
La cama se movía para todos lados, la cabecera rebotaba en la pared, y Francisco y yo gemíamos al sentir cómo nos disfrutábamos el uno al otro.
—Te quiero poner en cuatro —susurró, en medio de un gemido entrecortado—. Dejáme que te ponga en cuatro.
—Cogéme —le dije cuanto le mostré mi culo todo listo para él.
Jamás voy a volver a vivir esos movimientos de caderas. Me dio tan fuerte y tan duro que sentía que me iba a partir al medio con su verga.
Empezó a gemir más fuerte y a decirme que estaba a punto de acabar. Apuré el orgasmo y acabamos juntos. Se desplomó sobre mí, intentando recuperar el aliento.
—Quiero repetir esto con vos... —me confesó—. Pero en mi casa. Donde podamos hacer ruido, donde te pueda coger sin miedo a que nos escuchen.
—Cuando quieras voy —le dije, y añadí—. Siempre y cuando Lucía no esté ahí.
—Que me la chupe Lucía —gruñó—. Te espero mañana, apenas salga de clases te aviso.
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